domingo, 17 de junio de 2012


¿Qué no haría un hijo (a) por un padre? ¿Y que no haría un padre por un hijo (a)?

Estas preguntas me rondan la mente cuando hoy leo en el blog de mi amigo Juan Morales Agüero una carta a él de su pequeña Sofía, en la que  retrata desde la altura de sus siete años a su progenitor, que pasa largas horas con ella y su hermana Betica, en el difícil arte de educar a nuestros pequeños.

Y a mí me ha parecido algo similar con mis muchachos, cuando mi pequeño José Alberto, que estudia Medicina con sus 21 años a cuesta, me ha entregado un pantalón de regalo en nombre de él, su hermano Maikel y su madre (y mi esposa María), y una tarjeta con esta dedicatoria: “¡Felicidades, papito! Por guiarnos en nuestro quehacer de cada día, por querernos como nosotros te queremos a ti, por ser el amapolón que embellece nuestras vidas”.

Por supuesto que eso de “amapolón” me hizo reír de buena gana, porque en su imaginación y en su ocurrencia me comparó con una amapola macho, esa planta papaverácea silvestre de flores rojas muy frecuente en campos de cereales y en Cuba, y fue como para evitar compararme con una rosa u otra flor más femenina, pienso yo, y porque él siempre trata de darle un toque gracioso a las cosas.

El hecho es que la vida compensa a los padres con sus progenitores y con sus hijos. Y es muy cierto que quien es buen hijo es buen padre, y auguro que mis hijos serán buenos padres porque han crecido con el buen ejemplo mío (excelente padre aunque parezca petulante), de su abuelo materno, Timbo, ausente tempranamente pero siempre con nosotros, y de mi viejo, ya casi con 80 años pero firme ahí, con sus cuatro retoños.

Nada, que padres e hijos, hijos y padres, siempre andan juntos, para el bien de la familia.

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