Confieso que Carlos Tamayo siempre me sorprende agradablemente
cuando habla de forma apasionada de algún tema, porque es uno de esos hombres
que desbordan sabiduría a través de su verbo.
Pero en su defensa de Maestría en Desarrollo Cultural
Comunitario hace solo unas horas, me dejó con la boca abierta al responder, de
manera magistral, las 11 preguntas que le hizo el Doctor Guillermo Montero, su
oponente, quien le buscó la esencia a su investigación sobre facetas de la vida
de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, en su libro En Santiago y otras fuentes, y permitió
a través de sus interrogantes, que el auditorio quedara maravillado con la
sabiduría de este intelectual que cautiva con la palabra.
A Carlos lo conozco de toda la vida, porque nacimos en
el mismo barrio de nuestra ciudad: Las Tunas, al oriente de Cuba y desde que
estudiaba en el preuniversitario comenzó sus investigaciones sobre Nápoles
Fajardo (de quien soy descendiente por parte de mi madre, algo que descubrió él
a través de sus estudios sobre el bardo), para convertirse definitivamente en
el biógrafo de El Cucalambé, personalidad cautivante del siglo XIX cubano, que
ha dejado una estela de misterio a partir de su fecunda vida, a pesar de solo contar
con 32 años cuando murió.
En la década del 80 del pasado siglo, Carlos y yo
coincidimos profesionalmente en el entonces diario 26: él era el Jefe de
Redacción y yo uno de los reporteros del medio, y aprovechaba cada señalamiento
y enseñanza en su calidad de filólogo y periodista.
Después él fue elegido presidente del Comité
provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en Las Tunas y nuestros caminos se
separaron un poco desde el punto de vista profesional, hasta que yo ingresé en
la organización a inicios de la década del 2000, y volvimos a trabajar juntos
hasta hoy, él como máximo representante de la intelectualidad tunera y yo como
presidente de la Filial
de Cine, Radio y Televisión.
Por eso siento orgullo de trabajar con Carlos Tamayo,
excepcional en todos los sentidos, y el orgullo crece más por ser amigos, porque
una persona de su estatura ofrece una sombra que cobija, parabién de quienes
aprovechamos sus ramas.