sábado, 28 de julio de 2012



Confieso que Carlos Tamayo siempre me sorprende agradablemente cuando habla de forma apasionada de algún tema, porque es uno de esos hombres que desbordan sabiduría a través de su verbo.

Pero en su defensa de Maestría en Desarrollo Cultural Comunitario hace solo unas horas, me dejó con la boca abierta al responder, de manera magistral, las 11 preguntas que le hizo el Doctor Guillermo Montero, su oponente, quien le buscó la esencia a su investigación sobre facetas de la vida de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, en su libro En Santiago y otras fuentes, y permitió a través de sus interrogantes, que el auditorio quedara maravillado con la sabiduría de este intelectual que cautiva con la palabra.

A Carlos lo conozco de toda la vida, porque nacimos en el mismo barrio de nuestra ciudad: Las Tunas, al oriente de Cuba y desde que estudiaba en el preuniversitario comenzó sus investigaciones sobre Nápoles Fajardo (de quien soy descendiente por parte de mi madre, algo que descubrió él a través de sus estudios sobre el bardo), para convertirse definitivamente en el biógrafo de El Cucalambé, personalidad cautivante del siglo XIX cubano, que ha dejado una estela de misterio a partir de su fecunda vida, a pesar de solo contar con 32 años cuando murió.

En la década del 80 del pasado siglo, Carlos y yo coincidimos profesionalmente en el entonces diario 26: él era el Jefe de Redacción y yo uno de los reporteros del medio, y aprovechaba cada señalamiento y enseñanza en su calidad de filólogo y periodista.

Después él fue elegido presidente del Comité provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en Las Tunas y nuestros caminos se separaron un poco desde el punto de vista profesional, hasta que yo ingresé en la organización a inicios de la década del 2000, y volvimos a trabajar juntos hasta hoy, él como máximo representante de la intelectualidad tunera y yo como presidente de la Filial de Cine, Radio y Televisión.

Por eso siento orgullo de trabajar con Carlos Tamayo, excepcional en todos los sentidos, y el orgullo crece más por ser amigos, porque una persona de su estatura ofrece una sombra que cobija, parabién de quienes aprovechamos sus ramas.

jueves, 26 de julio de 2012

Hoy es 26 de julio, y es un día de fiesta en Cuba, mi país, y para mí tiene una doble significación, porque un día como hoy, hace 22 años, nació mi hijo más pequeño, Jose Alberto, una suerte de muchacho que se ha ido de las manos porque hace mucho tiempo que dejó de ser el más chiquito.

Jose hoy estudia Medicina, y es algo así como el barredor de tristeza de la casa, el ocurrente, el que siempre te sosprende con algo para alegrar a la familia pequeña: María, su mamá, Maikel, su hermano mayor y yo.

Los cuatro vivimos juntos, y para mí siguen siendo mis niños aunque hayan crecido y hagan su vida, porque para los padres al final los hijos no crecen, y aunque sean unos viejos siguen siendo los pequeños de la casa.

En la casa la hemos pasado de manera tranquila, en familia, picamos una panetela, comimos helado de chocolate, nos hicimos fotos, y ahora les regalo una de Jose con su hermano, porque cada año en el cumpleaños de ambos, siempre el hacerles fotos es como un ritual, para captar la imagen del tiempo y del propio instante en que cumplen un año más.

Por eso este día bendigo a Jose Alberto y a mi familia toda, esa que siempre está conmigo, para alegrarme los días y las noches, como una suerte de la vida que me ha regalado un seno en el que cada día vivo plenamente.