domingo, 5 de agosto de 2012


Cuenta el escritor argentino Eduardo Berti que un hombre está gravemente enfermo y pide que le traigan a la cama un diccionario. Lo recorre con la ayuda de un nieto que lo sostiene y lee en voz alta cada palabra de infrecuente empleo. Como se siente morir, no desea dejar el mundo sin haber pronunciado previamente todas las palabras disponibles en su lengua natal.

El relato tiene una enseñanza notable, porque la mitad de las siete mil lenguas que se hablan en el planeta Tierra desaparecerán en este siglo.

Hoy cada dos semanas desaparece un idioma tras morir las últimas personas que lo hablan. Cada dos semanas se extingue un mundo. Si no respiras, no hay aire. Si no caminas, no hay tierra, si no hablas, no hay mundo, alertan los indios navajos, según un artículo publicado en Internet por el medio digital Gara, de España.

De las llamadas lenguas de arriba o dominantes, solo Europa no tiene idiomas en peligro de extinción. De las lenguas de abajo, sólo Bolivia, con sus 37 lenguas y ocho familias lingüísticas, posee el doble de diversidad que toda Europa. De las 154 diferentes lenguas indígenas existentes en Brasil, 36 están amenazadas de extinción inmediata.

No sobran las palabras. El mundo es grande para ellas y es preciso defenderlas.

Mi pasión por la fotografía viene quizás porque una imagen es una fiel testigo de una época determinada. Cuando pasan los años, las fotos cobran un interés especial en el ámbito personal, familiar, para las amistades, y nos remontan a hechos y lugares que un día fueron y que siguen siendo cuando nos detenemos a contemplar el instante "congelado".

Por eso agradezco el gesto de mi amigo y colega Juan Morales, de haber desempolvado dos fotos de cuando trabajábamos como reporteros en el periódico 26 y que él bautizó con el título de "Recholata en el periódico", porque evidentemente fueron tomadas en momentos de festejos por algún motivo, pero que ni él ni yo nos acordamos del porqué.
        
Y ahí está el propio Juan, en la primera imagen a la derecha detrás de mí, y en la segunda el quinto de derecha a izquierda. Y veo la juventud de 15 ó 16 años atrás de Juan Soto Cutiño, ese negrito que tanto admiro desde que lo conozco, porque para él no hay tiempos malos y siempre mantiene su carácter bonachón; a Raúl Estrada, con su barba negrita, sin una cana; a Wálner Ortega, seguramente con unos tragos de más por su cara de cumpleaños; al difunto Ricardo Varela, que en gloria esté; a Freddy Pérez, a quien cariñosamente llamamos El Bolo; o a Luisito El Cangrejo, ese chofer que lleva años trabajando para los periodistas.

También me alegra ver a Peñita el fotorreportero; a Jorge Pérez, a quien la vejez lo ha favorecido sobre todo en la disminución del diámetro de su cabeza, a Aliuskita Barrios, que era tan delgadita como hoy, cuando dirige los destinos de la Radio en la provincia; a Mastrapa, tan alto como hasta ahora; a Góngora, a quien yo llamaba el Mozo de la información y acudía a él cuando no podía parir un lead; a Nelson Marrero, subdirector en aquellos momentos y hoy jubilado, a Infante, el director, a...

¡Qué colectivo aquel, que aún mantiene a la mayoría de mis colegas y del cual todavía me siento parte!

Es increíble cómo después de marcharme del periódico para la radio, allá por 1994 (creo que por ese propio año de las fotos), siga sintiéndome parte de ese colectivo, con el que disfruto a plenitud cuando nos reunimos en alguna tertulia de la Unión de Periodistas, o de un evento del sector.

Quizás sea porque fue con todos esos profesionales con quienes me comencé a formar como periodista, porque fueron años de intenso aprendizaje, de hermanamiento, de bromas, de juventud, de mucho trabajo en el fogueo de un diario.

Lo cierto es que estas dos fotos me han hecho volver a vivir una época linda, de amigos que aunque no los vea todos los días están ahí, en mi memoria, a la izquierda del corazón, como los elegidos, al decir de Roque Dalton, porque en verdad muchos de ellos me ayudaron a ser lo que soy, y porque hemos crecido juntos en la difícil profesión del periodismo.